martes, 22 de marzo de 2011

El Príncipe Alberto

Este personaje vino a mi mente a propósito de la conmemoración del aniversario de su fallecimiento, así como por la crítica del libro de terror mash-up “Reina Victoria: Cazadora de Demonios”, donde lo presentan “como un personaje débil que la reina guerrera debe proteger.

Pero la primera vez que supe de él, fue como el perfecto esposo que ayudó a cambiar al Imperio Británico. No recuerdo primero vi la película o leí la biografía de la Reina Victoria de Lytton Stratchey, pero desde ese momento Alberto se convirtió para mi en el modelo ideal de esposo.

Nacido en una familia noble venida a menos y por ser el hermano intermedio, no había muchas expectativas respecto a él, pero fue su inteligencia lo que lo destacó como prospecto de esposo para la princesa Victoria. Cuando ella asumió el poder, a los 18 años, ella no quería saber nada de matrimonios, puesto que “los humos se le subieron a la cabeza”, pero bastó una mirada a aquel encantador príncipe para querer casarse con él. Alberto no se conformó con ser un simple “adorno” sino que buscó influir en su esposa en su trabajo, de manera paulatina, eclipsando poco a poco las otras influencias que la rodeaban.

Por su ética de trabajo meticulosa se ganó la confianza de la reina, la cual al final se dejó guiar por la sabiduría de este gran hombre. Entendió la importancia de la ciencia y la educación como la base de todo imperio, así como la conducta digna y decorosa de la monarquía. Como padre fue tierno y preocupado, rechazando el estereotipo victoriano del padre distante y estoico. Su prematura muerte fue un gran golpe para la reina, quien trató de alcanzarlo con recordatorios diarios, monumentos y memoriales.

Sinceramente lo que más aprecio de él, es su capacidad de crear una idílica vida familiar, mezcla de amor y deber, en su perfecto paraíso en Balmoral. Muchos de sus contemporáneos lo consideraron un extranjero entrometido, pero que él es uno de los principales pioneros de la gloria victoriana.

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